En este cuarto episodio, Santa abre la transmisión con una taza humeante de café de jengibre mientras describe una mañana marcada por una avalancha de más de diez mil cartas, una ventisca creciente y, por supuesto, otro desastre provocado por el duende. Entre sobres manchados de chocolate, inventos que explotan y un contador automático que dispara cartas como proyectiles, Santa mantiene su temple característico, leyendo con humor la carta curiosa del día y respondiendo con esa mezcla de ternura y picardía que define el espíritu navideño del programa. El taller entero vibra con el caos simpático de Elfín, quien confiesa haber envuelto un invento por error y perder la cuenta cada vez que un reno estornuda.
El capítulo avanza entre villancicos clásicos, conversaciones espontáneas y reflexiones que recuerdan que la Navidad no depende de la perfección, sino del cariño con el que se vive cada preparación. Santa aprovecha los desastres del duende para reforzar la idea de que reír, improvisar y seguir adelante también forman parte de la tradición. Con un ambiente nevado, el taller lleno de brillantina y un equipo que hace lo mejor que puede entre errores entrañables, este episodio consolida el encanto del programa: una combinación deliciosa de humor, calidez y magia navideña que acompaña a la audiencia día tras día desde el corazón del Polo Norte.