Durante décadas, América Latina apostó por exportar lo más rentable y dejar de producir lo esencial. La lógica era clara: vender caro, importar barato. Pero el mundo cambió. Hoy, la autosuficiencia alimentaria y la seguridad estratégica pesan más que las ganancias inmediatas.
En este nuevo orden global, depender de otros para lo básico es una vulnerabilidad. Mientras los países desarrollados cierran filas y priorizan lo propio, las naciones proveedoras enfrentan riesgos crecientes. Replantear qué y para quién producimos ya no es una opción económica, sino una decisión geopolítica urgente.
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