El sistema agroalimentario actual parece estar diseñado bajo una lógica contradictoria: si a todos los productores les va bien, los precios caen y, paradójicamente, todos pierden. Una buena temporada general puede traducirse en sobreoferta, lo que desploma los precios y perjudica a agricultores y comercializadores por igual.
En cambio, cuando una región sufre por sequías, plagas o conflictos, otras se benefician al aprovechar la escasez para vender más y a mejor precio. Esta dinámica, profundamente arraigada en el sistema capitalista, ha normalizado desigualdades estructurales donde el éxito de unos depende de la desgracia de otros.
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